Eras luz clara,
radiante ante mi vista,
como una estrella,
siempre al noroeste.
Iluminaste la vida de muchos otros,
de otros tantos
pájaros que se posaban en tus manos
y verdes y amarillos
que brillaban a tu alrededor.
Te reclamé, como la muerte,
arrancándote de un brazo,
apoyando la hoz en tu garganta.
Y la verdad
me quitó la escafandra
con luz densa,
para notar la ruina
y el paisaje de lo que nunca había sido.
Que no la muerte ni la mentira,
sino que era luz y reflejaba
y era mi luz que reflejaba en tu espejo
y mis latidos en tu corazón
y mis imágenes en tus palabras.
El último llanto, y el primero,
fue hace dos noches.
Fue el final,
quizás por eso lloré,
porque sabía que habías muerto.
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