Capaz sea escribir el espacio, subiendo, en el espacio. La oscuridad, sin masa, palpando el aire alrededor. Bajás repentinamente para detenerte en el medio y andar hacia adelante. Otra vez encontrándome con el naranja. Es como viajar muy rápido y muy lento al mismo tiempo. Ves a todos desde arriba, ves todo desde arriba, pequeño, casi indistinguible en el todo, sintiéndolo conectado. Y vos afuera, arriba, sin tocar pero sintiendo. El corazón te vuelve cuando termina la canción y seguís con tu vida, sin más ni más.
A partir de acá es racional, y no es la misma canción. Me distraigo, descreo de donde estoy. Me molesto imaginando cosas, dejo de ser lo que debería completar en las hojas para pescar un segundo de voz, de voces. Agarro lo que puedo y mando lo primero que se me ocurre, casi todo llega a buen puerto. Lo que no, no importa, rellena el aire igual y es divertido. Por un segundo soy una estrella, y te veo brillar conmigo, como aquella noche oscura, oscurísima, indescriptible vista de la vía láctea, aquél que la vio en toda su expresión sabrá a lo que me refiero. Una oscuridad completa, sin embargo los millones y millones de estrellas están ahí, y los ves, penetran la negrura de la noche, lastimando los ojos por el esfuerzo de ver tanta belleza. Así veo los buenos días. Y los malos, mejor no nos metamos.
En eso me pierdo en las risas y las confusiones; si dijiste eso, si te escuche, si me escuchaste. Acá me confundo más todavía, me confundo con las ganas de hacer cosas que no debería, o que sí, pero no ahí. Entro en la espiral y me pierdo. Si es por formas, me gustan más las líneas curvas, los garabatos, que empiezan y no terminan (muchas veces como yo), no sabés cuando van a doblar, por ahí hacen las figuras más bellas y por ahí quedan en garabatos, como este texto.
Así resumo mi día, cobrando existencia desde que empiezo a brillar.