Buscando un poco de inspiración, y buena letra, recorro mi cabeza. Me imagino fuera, fuera de mí, hablando, pero no sé, no me manejo, aunque no importa, es un descontrol a disfrutar. Hasta que aparece una forma cercana a la tuya.
Apareció roja, por el rabillo del ojo, brillante la explosión, que me dejó ciego temporalmente, y sonriente hasta donde recuerdo. Brillando, pues es su estado natural, se acerca y saluda, yo como un protón, girando y chocando cada vez más, mientras aumenta el calor, lenta y constantemente, sin explotar. Sin embargo, concibo mi destrucción, la transformación de mis ideas en vuelos y mis movimientos en terremotos pasivos -de los que no se notan-, que se dan en el interior y reforman mi geografía. Esto es 10 o 15 segundos de reloj; oscuridad en mi reloj –no pude ver la hora. En el tuyo no sé. Todavía quiero averiguar cómo corre tu reloj.
Siempre que nos encontramos, es en sociedad. Aparecieron con todos los espectáculos. Paso a describir.
Sentado, hablo, agito las manos enérgicamente, cuando me callan y siguen; saludo, sigo, saludo, paro y sigo, siguen. Me veo atrapado en la gran red que todos los días teje la señora de “los conocidos”; tic tic, chac chac –el sonido de las agujas para tejer-, escucho sutilmente; llegan las personas, se arman, se tejen y destejen. En su solitaria actividad, la señora teje vínculos. En el tiempo (de todos) llega Mateo, saluda; habla, ríe, se queja, dice “hoy, en el bondi viniendo para acá, un viejo me tocó el culo. Me agarró un cachete entero”. Todos reímos. Como lluvia, los comentarios que se me ocurren sobre el encuentro sexual de mi amigo caen mientras inclino mi cuerpo hacia atrás para elegir la gota de idea que más me gusta. Tac: la punta del pie de Maura toca el mío levemente, manifestando inversamente la importancia del contacto. La miro a los ojos, su cara: blanco el rostro, los ojos redondos, la boca contraída con un gesto hacia adelante y a su izquierda. Sin otro aviso previo, miro con urgencia hacia donde me indica, para penetrar en lo que ahora puedo llamar –en vista de lo que escribí anteriormente- “la explosión” (que no fue). Ahí estás, en sociedad, donde están todos. Lo que digo te lo digo a vos y a ellos, dirigiéndome a vos, pero hablando con ellos. No puedo cortar los vínculos que me atan a las cordialidades, y te vas, porque no te hablan –no te hablo- y la clase ya empieza. Porque estamos en la facultad, una exclusión intencional, ya que no importa si es allí, aquí, en el bar, en la calle, sino lo que pasa y no pasa, mejor dicho, lo que no pasa y quiero que pase; es eso lo que escribo, la oscuridad, el contorno de lo que alumbra la realidad del encuentro. En este momento es la noche alumbrada sólo por la luna.