¿Nunca te paso que un día te sentís en otro mundo? En contacto con la realidad pero en otro mundo. Estás más allá y te sentís viviendo otra cotidianeidad. No es el espacio, no es la muerte, ni el nirvana. Es una realidad detrás de la nuca, con el pelo suelto. Una liviana y transparente luz acuática. Justamente ahora no estoy ahí, por eso la distingo bien, su figura y sus contornos. Obviamente es una mujer, todo es una mujer, no hay que perseguirse mucho al respecto.
Me baje de un hondazo. Lo que escribí un día, alegre, hoy lo rompo un poquito, para traerlo a la realidad. Hacerlo imperfecto; así es bello. Imperfecto, oscuro con sombras, quizás alguna mancha, como yo, como vos. Tema tan cliché no? Una mujer. Todos hablan de una mujer, de la mujer. Pues no busco ser original, poco me importa. Y es que me mueve la angustia de escribir, por una mujer, por la mujer.
Quieta, me espera, paciente, tal vez ya me pasó, ya me sufrió y me dejó, y no me di cuenta. Atolondrado todavía al encuentro con la piel, al enfoque de mi mirada, que no controlo: te recorre, conoce todas tus vueltas, por lo menos las de la superficie. Está con hambre, quiere más. Sigue la fórmula de mis palabras: coma, coma, punto seguido; coma, coma, coma, punto seguido; coma, punto aparte. Es mi martillo: la herramienta que conozco para atacarte (a vos, al hielo, al fuego). Como tal, pifia la más de las veces, cuando le pega salen los mejores tereres. Mejor que conozcas el tereré, sino vamos mal. Mejor no vamos a ninguna parte.